Pero unas páginas más adelante de Las veleidades de la fortuna, otro personaje, el doctor Haller, parece darle la réplica al diputado suizo Stolz y a su defensa de las dos vías de conocimiento, a saber, el entendimiento y la intuición, como perfectamente complementarias. Cuando Larrañaga le pregunta "¿Usted cree que no hay ninguna diferencia entre inteligencia e intuición?", el doctor Haller le suelta esta aguerrida parrafada:
Entonces, ¿con cuál de estas dos opiniones, contradictorias entre sí, se queda Baroja? Probablemente con las dos, o sea, con ninguna. O tal vez se encogiera de hombros como diciendo "quién sabe". O puede que nos dijera: "Yo no soy filósofo, ni mucho menos epistemólogo, yo sólo soy un humilde novelista que tan sólo da la palabra a sus personajes."
Y puede ser, sí.
-Diferencia esencial, yo creo que no la hay. A primera vista, sí; parece que la inteligencia es más sistemática, más motivada, más pesada, y la intuición más espontánea, más rápida. Así del médico que haga un pronóstico exacto, se dirá que tiene inteligencia y de la enfermera o de la hermana de la Caridad que haga el mismo pronóstico, se asegurará que posee intuición; pero los dos pronósticos proceden de lo mismo, del fondo de perspicacia en la observación que en el profesional constituye un oficio y en el no profesional, un diletantismo. Yo, por más que busco, no veo diferencia alguna entre intuición y conocimiento; el dato de la intuición me parce más sencillo, menos razonado, no convertido en idea; y el dato del conocimiento, más razonado y más lógico. El uno está menos elaborado que el otro; pero los dos proceden de lo mismo. Estas divisiones, estos conceptos adornados, son ganas de dar aspectos misteriosos a las cosas. Al trabajo que no es claramente consciente de la inteligencia, se le llama intuición. En el hombre que sabe, en el que haya leído y que tenga muchos datos de cultura almacenados en la memoria, esta supuesta intuición parece que vale algo. Si no supiera ni hubiera leído nada, veríamos a qué se reducía esta intuición.
Entonces, ¿con cuál de estas dos opiniones, contradictorias entre sí, se queda Baroja? Probablemente con las dos, o sea, con ninguna. O tal vez se encogiera de hombros como diciendo "quién sabe". O puede que nos dijera: "Yo no soy filósofo, ni mucho menos epistemólogo, yo sólo soy un humilde novelista que tan sólo da la palabra a sus personajes."
Y puede ser, sí.