No debería pasar desapercibido este poemario, aunque, publicado en una minoritaria editorial, es de temer que ni siquiera llegue a las librerías. Sin embargo, Oh, mundo resulta de lectura imprescindible para cualquier amante de la buena poesía y ha sido señalado ya por lectores atentísimos como José Luis García Martín, Andrés Trapiello, Ángel Ruiz o Julio Martínez Mesanza.
Su autor, Jaime García-Máiquez, ya no es, sin embargo, y como habrán podido juzgar por los enlaces, un perfecto desconocido. Autor de Vivir al día (1999) y Otro cantar (2007), sin contar la producción de su heterónimo Fernando López de Artieta (Jugar en serio, de 2004 y Grosso modo, de 2011), este tercer poemario, Oh, mundo, le confirma como una voz personal y auténtica.
Para nosotros, el primer valor del libro, el primero por orden de aparición, radica en el prólogo. Albergamos el tozudo prejuicio de que un poeta que no sea capaz de escribir buena prosa tampoco será capaz de escribir buenos versos. En su prólogo, García-Máiquez nos pone en suerte su verdadero malditismo: "el destino me ha concedido un insólito regalo: ser maldito, pero de verdad... Me bastó con contar los versos con los dedos, escribir sonetos, creer en la rima y en Léon Bloy, descreer de esa dictadura basada en la publicidad: la democracia, no hacer feos a la belleza, ir a misa y rezar el santo rosario. No me canso de darle gracias a Dios."
Y como un himno de acción de gracias podría entenderse este poemario en el que un don nadie, un cualquiera que es eso, un cualquiera, fuera del recinto del Museo del Prado, alguien que por no tener no tiene ni siquiera eso tan fácil, una opinión, entona su cantar de caridad hacia los verdaderos desheredados de este mundo. Y entonces sucede el milagro:
Yo soy ellos, y ellos
han dejado de ser esos anónimos
hombres que pasan, para ser hermanos
de sangre y alma, hijos misteriosos
de un misterioso amor que nos embarga,
de un amor que lo llena de amor todo.
Algo más que aseados versos hay en este libro. Algo que si no es la luz, se le parece muchísimo.
Su autor, Jaime García-Máiquez, ya no es, sin embargo, y como habrán podido juzgar por los enlaces, un perfecto desconocido. Autor de Vivir al día (1999) y Otro cantar (2007), sin contar la producción de su heterónimo Fernando López de Artieta (Jugar en serio, de 2004 y Grosso modo, de 2011), este tercer poemario, Oh, mundo, le confirma como una voz personal y auténtica.
Para nosotros, el primer valor del libro, el primero por orden de aparición, radica en el prólogo. Albergamos el tozudo prejuicio de que un poeta que no sea capaz de escribir buena prosa tampoco será capaz de escribir buenos versos. En su prólogo, García-Máiquez nos pone en suerte su verdadero malditismo: "el destino me ha concedido un insólito regalo: ser maldito, pero de verdad... Me bastó con contar los versos con los dedos, escribir sonetos, creer en la rima y en Léon Bloy, descreer de esa dictadura basada en la publicidad: la democracia, no hacer feos a la belleza, ir a misa y rezar el santo rosario. No me canso de darle gracias a Dios."
Y como un himno de acción de gracias podría entenderse este poemario en el que un don nadie, un cualquiera que es eso, un cualquiera, fuera del recinto del Museo del Prado, alguien que por no tener no tiene ni siquiera eso tan fácil, una opinión, entona su cantar de caridad hacia los verdaderos desheredados de este mundo. Y entonces sucede el milagro:
Yo soy ellos, y ellos
han dejado de ser esos anónimos
hombres que pasan, para ser hermanos
de sangre y alma, hijos misteriosos
de un misterioso amor que nos embarga,
de un amor que lo llena de amor todo.
Algo más que aseados versos hay en este libro. Algo que si no es la luz, se le parece muchísimo.